La vi, en el rincón de siempre, asomada por la ventana como aquella primera vez.
Me acerque, como en aquel entonces, convenciendo a mi boca de que haga el intento de hablar.
La cual, por alguna extraña razón, se negaba a acatar mis órdenes.
Hubiera sido muy gracioso verme ahí parado junto a ella sin emitir sonido.
Hubiera sido hasta cómico observar cada cuantos segundos iniciaba una mueca que cerraba inmediatamente antes de pronunciar palabra.
Y cuando estaba en el punto justo,
Y cuando por fin iba a vencer mi orgullo…
-Perdón-me dijo.
Y otra vez consiguió dejarme callado.
No entendí porque debía yo de perdonarla, pero me fue más fácil.
-Te perdono- le respondí.
Y las cosas volvieron a ser lo de antes,
Afortunada o desafortunadamente.
Luego de eso, me acercaba su soledad todas las tardes.
Me sentaba en el pasillo largo y blanco, blanco como todo lo demás.
En ese pasillo donde siempre la encontraba, apoyada contra la pared, confundiéndose con tanta blancura.
Solo llegaba y me sentaba, teniendo la seguridad de que estaría conmigo.
Algunos días hablaba, otros se dedicaba a besarme, y a veces, solo estaba ahí.
Pero de todas formas me agradaba la compañía de su soledad.
María Sofía Borsini
No hay comentarios:
Publicar un comentario