jueves, octubre 04, 2007

Contradicciones.

-Venís a fumar a la terraza o no?
-Esta lloviendo.
-Y a mí que me importa?


Sí, lo se, detestaba que fume, ver ese cigarrillo consumiéndose en sus labios me llenaba de Odio, sí, Odio con mayúscula.
Pero lo quería bastante, porque él, de una forma u otra se hacía querer, sí, lo quería bastante porque él se hacía querer de ese modo.
Como ya les dije, lo quería, y ese día, quería verlo.
Junio 10, inolvidable.
Llego fumando y subió las escaleras, fumando también, yo lo veía desde acá, desde la terraza, donde lo estaba esperando, como habíamos pactado.
Y puedo jurarles, sí, puedo hacerlo, que hoy no me importaba el humo, hoy solo me importaba él.
Y llego a mi encuentro.

Amaba el silencio, (y aún lo amo, creo).
Amaba el silencio pero en ese instante odie que no hablara.
Estaba esperando que dijese algo, y creo que él esperaba lo mismo.
Y me hacía la interesante y le pedía una pitada de su cigarro, de ese cigarro que tanto odiaba en él, y lo aspiraba, profundo, profundo, a veces demasiado, y me ahogaba novatamente, debo haber parecido muy estúpida, pero creo que a él no le importaba, no le molestaba en lo más mínimo, es más, creo que le gustaba mi manera de fumar, mi estúpida manera de fumar.

Y ahí seguíamos, mirando la nada.

Cuando las distancias nos separaban éramos de los más unidos, y ahora que estábamos tan cerca, estábamos distanciados. Era extraño. Y aún lo es. Pero en ese momento descubrí cuanto me fascinaba la rareza, cuanto necesitaba de ella para sentir que sentir valía la pena.

Sí, amaba el silencio, pero no hay que abusar, tanto silencio no podía hacernos bien, y sentía que todo se iba a ir al carajo si alguien no decía algo, y ese algo debía ser pronto, debía ser ya. Sí, ya.

Entonces busque en mi mente los motivos, las circunstancias, las frases hechas y los hechos que no servían para frases, y claro, como era de esperarse, y como ya supondrán aquellos que me conocen, no me salió ni una maldita palabra.

Balbucié idiotamente, porque claro, todo lo que en el momento preciso nos parece de lo más lógico, a la lupa de los años nos parece terriblemente idiota. Es normal, es humano.
Sí, claro, es humano ser idiota. Y mucho más cuando se esta enamorado, o cuando se cree estarlo.

Pero, me había dicho que me amaba, lo había dicho, lo recuerdo bien, si fue por eso que junte coraje para hablarle hoy, bueno, “hablarle”, es un decir, ustedes entienden.

No se bajo que circunstancias alcohólicas lo dijo, y no quiero pensar en las circunstancias mentales, además, teniendo en cuenta que ahora decimos “te amo” como si dijéramos “hola”, no me sorprendió, bueno, si, me sorprendió pero no mucho, o quizás mucho, pero me hice a la idea, o no, pero soy fácilmente acostumbrable a algunas cosas, no a todas.
Pero esta era una de esas cosas.

No tenía nada que perder, al menos no en esta instancia, así que, si todo terminaba bien, venía la parte del beso, como en toda buena novela melosa y pegajosamente adorable. Y si terminaba mal, bueno, no se, no me puse a pensar en ese momento que pasaría si terminaba mal, como dije antes, no tenía absolutamente nada que perder, nada de nada (o eso creía).

Por suerte ese día termino bien.

Time has told me, you are rare, rare to find
A troubled cure for a troubled mind.

María Sofía Borsini – Lunes, 17 de septiembre de 2007

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